SAlÓn es un espacio de exhibición con un programa por invitación a artistas, curadores, galerías e instituciones, para presentar proyectos y exhibiciones dentro del complejo de Salón Gallos.
salón x joségarcía ,mx
hotel trinidad
Gustavo Monroy, Yolanda Mora, José García Torres, Manolo Rivero, Germán Venegas, José García Ocejo, Leandro Soto, Diego Gutierrez / Kees Hin
17 septiembre — 14 noviembre, 2020
“Mi obsesión con el arte no es sobre mi propio arte, sino con el de los demás”.
M. Rivero
Era el verano del 2006 la primera vez que visité Mérida, llegué directo a hacer check-in al Hotel Trinidad después de haber recorrido mas de 1,500 kilómetros por carretera. El hotel estaba en la calle 60 con 51 en el centro de la ciudad. Un lugar repleto de obras de arte, antigüedades y curiosidades ubicadas por todo el sitio con un orden caótico y caprichoso; lo que había sido el showroom de una agencia automotriz era utilizado como lobby del hotel el cual conectaba con una galería de arte y una tienda de antigüedades. Había plantas, fuentes, esculturas y esferas de cristal creando una ecléctica atmósfera surrealista tropical.
Mientras tanto Manolo, el dueño del hotel, se preparaba para su próximo y el que fuera el último viaje de su vida. Unos días después viajaría a Asia en un viaje de placer en el que además aprovecharía para comprar más tapetes, artesanías y curiosidades para su hotel y galería los cuales manejaba de forma simultánea borrando los limites entre uno y otro.
Manolo Rivero, galerista, coleccionista y mecenas de arte, nació en Mérida, Yucatán en 1941 y murió mientras sobrevolaba el Océano Atlántico a mediados del 2006. Entre sus múltiples proyectos, tal vez el más relevante y al que más energía y cariño le dedicó fue a Hotel Trinidad nombrado así en honor a su madre, y el cual más que un hotel fungió como un verdadero centro cultural y social con gran influencia en los años ochentas y noventas. Manolo con un estilo de vida peculiar y excéntrico para su época, siendo admirado y reconocido por su gran aportación al arte de la región y además por apoyar a los artistas cubanos de los años noventa durante el régimen de Castro; era en sí un artista que creaba ambientes y conexiones a través del arte de los demás.
Más de diez años después de aquella primera visita decidí volver a Mérida, esta vez a vivir aquí con mi familia. Entonces, comencé a tratar de entender y reconstruir la influencia de Manolo en la vida cultural de la ciudad.
Y justo aquí, en la antigua fábrica de Don José Rivero -padre de Manolo-, la cual hemos trasformado para concebir un conjunto de iniciativas culturales dentro de lo que fueron bodegas industriales de Avena Rivero, es que hacemos esta revisión a su legado.
Para la exposición inaugural de SALÓN, programa de exhibiciones en Salón Gallos, reunimos una serie de obras y objetos ligados al hotel y a su fundador, intentando recordar la esencia de aquel mítico lugar.
Espero que disfruten de esta exhibición y en general de la programación actual y futura de Salón Gallos el cual me gusta imaginar, Manolo hubiera disfrutado visitar.
José García Torres
Mérida Yucatán, septiembre 2020
El rey
Julian Schnabel, Daniel Daza
17 septiembre — 14 noviembre, 2020
"Por el momento, mi nombre es Reinaldo Arenas. El Departamento de Justicia me ha llamado apátrida, por lo que legalmente no existo. Estoy al margen de todas las sociedades, en cualquier parte del mundo. Soy homosexual, anticastrista y no religioso."
R. Arenas
Reinaldo Arenas nació en Aguas claras, Cuba en 1943 y fue un novelista, dramaturgo y poeta cubano conocido por sus obras mágico-realistas y su oposición a la dictadura de Fidel Castro. A excepción de su primer libro, Celestino Antes del Alba (1967), todas sus novelas y ensayos fueron publicados fuera de Cuba durante un periodo de exilio de más de 10 años después de haber sido perseguido por el gobierno de Fidel Castro debido a sus preferencias sexuales. Terminó de escribir su autobiografía, Antes que anochezca unos días antes de suicidarse en la ciudad de Nueva York en el invierno de 1990.
La autobiografía de Arenas fue el punto de partida para el guion de la película Before Night Falls (2000) del artista y cineasta estadounidense Julian Schnabel, la cual retrata dese la infancia de Arenas en Cuba, hasta el descubrimiento de su homosexualidad, su desarrollo como escritor, la opresión que sufrió bajo el gobierno castrista, el exilio en Estados Unidos y, finalmente, su propia batalla en contra del VIH/SIDA.
Debido a las restricciones del gobierno cubano la mayor parte del rodaje de la película se llevó a cabo en México, usando Mérida, Progreso y el Puerto de Veracruz, como locaciones, las cuales simulaban diferentes escenarios en Cuba. Durante la filmación de Before Night Falls en Yucatán, Schnabel, familiares y amigos, así como actores de la película entre los que figuraron Javier Bardem y Johnny Deep, se hospedaron en la finca de la familia del galerista y coleccionista yucateco Manolo Rivero en Itzimná. En su tiempo ahí, además, Schnabel realizó una serie de obras las cuales fueron expuestas en una exposición improvisada en el comedor de la finca al final de su estancia en Mérida.
Para la El Rey, una de las tres exposiciones inaugurales de SALÓN, programa de exhibiciones en Salón Gallos, intentamos reconstruir esa íntima exposición en el año 2000 e incluimos una serie de fotografías por Daniel Daza, artista y fotógrafo de cine mexicano que trabajó junto con Schnabel documentando el rodaje de la película. Facsímiles de una selección de cuentos cortos en la autobiografía de Arenas se encuentran distribuidos por el espacio, generando así un contenedor de diferentes capas narrativas de la misma historia y desde diferentes momentos y puntos de vista, los cuales se entrelazan y coinciden en la figura de Arenas.
José García Torres
Mérida, Septiembre 2020.
legado natural
Vanessa Rivero
17 septiembre — 14 noviembre, 2020
En Legado natural, la artista Vanessa Rivero extiende y refina algunos de los principios fundamentales de su proceso creativo: la distancia, necesariamente artificial, entre la construcción social de la naturaleza y su aparente contraparte cultural, las relaciones entre el gesto humano, el arquetipo zoomorfo y la materia, el examen de las contradicciones inherentes al discurso evolucionista y biologicista occidental, y las implicaciones de estas paradojas en vista de la actual crisis medioambiental son algunas de las coordenadas conceptuales y metódicas de la artista.
Podemos apreciar esto en la instalación de las piezas. Verás dibujos concebidos como esculturas en madera, cuya presencia ha sido calibrada hasta un sentido inicial y primevo, siendo formas que crepitan a veces como mesoamericanas, a veces como Primeras Naciones norteamericanas, y a veces como personalidades en madera de tzalam y cedro que te obligan simplemente a reconocerlas como existentes. Sin cognición, pero con personalidad. Tales son las funciones de estos arquetipos también en su propagación mural. Verás el espacio expositivo tejido por unidades genéticas monocromas en donde Rivero modula el entorno desde geometrías gestuales; siempre musculares, siempre frágiles.
Vanessa Rivero se ocupa en desplegar un campo alegórico descrito por arquetipos en donde lo gráfico, como lo genético, tiene la facultad de doblar y conectar formas con tiempos. No es casualidad que la instalación de Rivero conecta con la memoria de ancestros y legados; su abuelo José, su tío Manolo. Identidades que recurren y reviven en el pliegue al que la artista somete hoy a la sala de exhibición, su historia y accidentes, a piezas propias y ajenas, a una memoria que duerme en la materia y que adquiere personalidad en el espacio.
Una vez incorporado, el dibujo acomete la habitación creando historias, rescatando la historia; ambas emergen desde el amor por la memoria familiar. Amor como tecnología misteriosa de conexiones espacio-temporales, una que no puede ser plenamente explicada ni desde la evolución ni desde la cognición. Un atavismo o pliegue de sentido, un primer síntoma de algo que nos deja mudos. Así se aproxima la artista a sus memorias y materias; con total incertidumbre sobre su futuro, con absoluta percepción de un abismo que podrá o no ser real. Hay que probar para saber.
Javier Fresneda
Mérida, Septiembre 2020.
Los edificios crecen como ruina antes de levantarse
Claudia Fernández
28 noviembre — 10 enero, 2021
En la selva hay muchas bocas que alimentar, por lo tanto la comida es peleada. Hay que hacer lo imposible para pasar inadvertido ante los depredadores de los depredadores y nuestros depredadores. Para lograrlo, algunas veces somos mariposas; otros fueron menos creativos y evolucionaron para tener los mismos colores que los insectos tóxicos; así, no tuvieron que desarrollar el veneno, pero están disfrazados para engañar al enemigo.
Las selvas son el corazón de la biodiversidad del mundo y aunque apenas ocupan solo el 2% de la Tierra en medio de la
estrecha franja tropical, son el hogar de más de la mitad de los seres vivos del planeta. Es un sistema único que alberga millones de micro-ecosistemas. Se estima que una sola hectárea de bosque tropical lluvioso puede contener 42.000 especies de insectos, 807 de árboles y 1.500 de plantas…
Para la naturaleza ha sido un gesto acomodar a tantas plantas y animales en tan poco espacio, y lo ha logrado, creando un mundo tridimensional escultórico en constante movimiento. Como en todo multifamiliar existen “los de abajo, los de en medio y los de arriba”. De esta manera, muchas especies pueden vivir en el mismo árbol, tener vidas relacionas que dependen o no, de sus interacciones con otros seres y sin embargo, jamás verse; como podría suceder en un edificio moderno. En un mundo de intrincadas relaciones, se compite a muerte por un bien invaluable: la luz. Por eso quien gana la carrera es el que llega primero al techo a tomar el sol. En estos bosques el dosel puede estar a cincuenta metros de altura, lo cual implica un largo recorrido para un arbolito que apenas germina.
Acercarnos, alejarnos, son parte integral en los pequeños momentos dentro de la vida, de macro a micro, como el sutil cambio de sombra de una flor a otra; y como los pequeños habitantes de esos tallos mudan de lugar o buscan mejores y mas frescas zonas para seguir sus labores. Claudia Fernández (México, 1965) se reclina para percibir la sombra aislada, para intentar retratar al aproximarse en esta instalación pictórica, un mundo que lucha por sobrevivir. Como un acetato que olvidamos en el polvo y llegado el momento, volvemos a él cuando el tiempo ha transcurrido y es demasiado tarde para recuperar el sonido deslavado de los surcos de petróleo que cada copia posee.